jueves, 4 de marzo de 2010

Amistad en el mar

Por. Diana María Montaño Angel
Taller de Creación Literaria de Pelaya



El niño se acercó a la orilla del mar y durante media hora contempló el vuelo de las gaviotas. Una brisa suave corría por la playa. El cielo estaba despejado y el sol rojizo de verano descargaba un brillo refulgente sobre el paisaje litoral. De repente el niño observó que un delfín jugaba con las olas. El amable pez salía de las aguas, tocaba el aire fresco de la mañana y volvía a sumergirse en el misterioso mundo marino. En una de esas salidas, el delfín le dijo:

-He visto cómo me miras. ¿Quieres conocer el fondo del mar?

-Sí, me encantaría- respondió el niño ilusionado.

-Entonces ven conmigo y juguemos junto al agua- expresó el delfín.

-Me da miedo, yo no sé nadar. Podría ahogarme.

-No pasará nada, yo cuidaré de ti- advirtió el delfín

El niño se metió en el agua y se dejo llevar por una ola suave. El delfín lo detuvo, le hizo dar media vuelta y lo involucró en el juego. Por largo rato disfrutaron el vaivén de las ondas y el sol que caía resplandeciente. Satisfechos, tomaron la decisión de volver a la tierra. El niño iba montando en el dorso del amigo delfín. Pero, cuando estaban cerca de la playa, sucedió lo inesperado: un tiburón se lanzó contra el delfín y le desgarró a mordiscos la aleta derecha. De inmediato, el pez herido le pidió al niño que comiera algas del arrecife encantado. Al consumir este alimento, el niño se convirtió en la ballena jorobada que almorzó ese día con aletas de tiburón.

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